Recuerdo que de niña, cuando el tema "hierbas-curar" comenzaba a entusiasmarme, no podía evitar que una pregunta asaltase mi mente constantemente.
¿Como se sabe si una planta cura o no? En aquel tiempo, la fitoterapia no estaba tan divulgada como hoy día y los estudios (científicos) sobre las propiedades de las hierbas, eran escasos aunque excepcionales.
Se utilizaban remedios curativos por tradición y experiencia del "esto sirve porque yo lo he visto".
Y no es un mal sistema, si tenemos en cuenta que este sencillo sistema ha hecho evolucionar a la humanidad, ya que lo que se sabe que funciona, permanece y da pie a mejoras importantes con el tiempo. Lo que ocurre, es que basándonos en evidencias científicas o tradicionales, la pregunta sigue sin ser respondida.
Libro de hierbas que leais o estudio que caiga en vuestras manos, ninguno hablará del "como empezó" esto de las hierbas que curan. Porque algún comienzo hubo de existir, ¿verdad?.
Vamos a imaginarnos a nosotros mismos en un monte, jungla, paraje alejado de la civilización.
Nuestra excursión transcurre con normalidad hasta que de repente, sentimos que algo va mal. Un intenso sudor frío recorre nuestro cuerpo, nuestros intestinos se contraen dolorosamente y caminar se ha convertido en un suplicio. ¿Que pasa?
No tenemos ni idea de lo que nos esta pasando, pero experimentamos sensaciones claras: FRIO, SUDOR FRIO (HUMEDAD), ENTUMECIMIENTO, INTESTINOS QUE DUELEN. Estamos sentados al lado de un árbol, buscando esa maternal protección que nos brindan.
Instintivamente, procuramos no movernos, cerramos los ojos con la experanza de que todo vaya pasando, podernos incorporar y marchar rápido de vuelta, para que nos vea un médico. Pero nada de eso; lejos de menguar, los síntomas van en aumento y la situación es cada vez peor. Ahora tenemos dificultades para ponernos de pie y serias. El frío interior que sentimos va en aumento. Nuestros músculos no responden. Perdemos incluso la consciencia.
De pronto en la mente de nuestro protagonista, el pánico por la situación deja paso a un instintivo mecanismo de supervivencia. Un instinto que aún compartimos que todas las especies (obligado no te veas), nos avisa de que "allí" puede estar la solución. Nuestros semicerrados ojos han divisado un hermoso corro de flores amarillas brillantes, radiantes como el sol en un pequeño claro del bosque donde penetran fugaces los rayos del astro rey.
Arrastrándonos pesadamente, tomamos una de esas flores, nuestro tacto, nuestro olfato y vista, nos avisan de sensaciones diferentes en todo a los desagradables síntomas que padecemos. Es CÁLIDA, SU COLOR RELUCIENTE, TIENE UN TACTO SUAVE, SU OLOR RECONFORTA, y...
¿...?
Algo inexplicable dentro de nuestra cada vez más pobre percepción de lo que nos rodea, nos empuja a comer esa flor, su sabor es acre pero no desagradable.
No sabemos si es locura, delirio o que; pero comemos más. Agotados perdemos el sentido y al despertar empapados por el rocío, nos damos cuenta de que si bien, no andamos finos aún, los síntomas han mejorado enormemente.
Recordamos, recordamos y de inmediato vinculamos a esa flor a esa planta con nuestra mejoría. Tanto es así que seguimos comiendo y esta vez también sus hojas..........
Y así es como la humanidad comenzó el uso de plantas para curar; evidentemente con fallos (algunos graves) y aciertos que nunca se olvidaban. La experiencia fue dictaminando que servía y que no.
Cuando tenía doce años una víbora mordió mi tobillo y puedo dar gracias hoy de encontrarme en compañía de mi abuelo. Teniendo en cuenta donde estaba, mi pánico y lo que hubiesen tardado en antenderme, hoy no estaría escribiendo esto.
Recuerdo que mi abuelo actuó a la velocidad del rayo, tranquilizándome con voz firme, autoritaria, sacó su navaja de 4 muelles y ante mi creciente pánico hizo un leve incisión entre la marca de los dos colmillos, sacó de su zurrón unas hierbas determinadas y machacándolas con habilidad contra una piedra, empastó la zona con ellas. A lomos de su caballo me llevó lo más rápido que pudo para que me administraran un antídoto (que tiempos!!) y cuando llegamos aunque yo iba en trance (y no místico) pude apreciar al médico del pueblo felicitar a mi abuelo y asombrarse que estando la mordedura donde estaba y habiendo transcurrido más de dos horas, lo único que yo tuviese era fiebre.
Pasó el susto, el tiempo y un buen día pregunté a mi abuelo, que era aquella hierba que me libró de algo muy comprometido. Su respuesta:
"Mira hija, mi padre siempre me dijo contra estos bichos si tienes esta hierba, puedes librar si te coge alejado, estas hierbas las usé con la tana (la perra) por lo mismo y que mordió al animal en un sitio malo, malo. La perra estaba mal y que podía hacer yo.....si funcionaba bien y sino....nunca me faltan cuando voy por el campo....."
Lo dicho, la experiencia: esa materia que dicen que es la madre de la ciencia.
Ah, se me olvidaba, la hierba era la viborera; aquí os presento a mi amiga del alma:
Y bueno, esto sería una somera descripción de los principios activos que contiene:
- Las partes herbáceas, tallo y hojas contienen el alcaloide tóxico equiína que es igual a cinoglosína (2 mg de Cloruro de equiína en 100 g de hierba fresca), el glucoalcaloide Consolidína (1 mg/ 100 g de planta fresca) así como el producto de su escisión la consolicína también tóxica, colina, mucílagos, ..